1962

Fallecimiento de Enrique Shaw

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Al final de su vida Enrique Shaw estaba muy enfermo y necesitó una transfusión de sangre, más de doscientos empleados de la fábrica fueron a donar. Enrique valoraba la unidad y la camaradería. Antes de morir pudo agradecerles diciéndoles que estaba tan unido con ellos que hasta por sus venas corría la misma
sangre obrera.

Para describir los últimos días de Enrique lo mejor son las palabras del padre Manuel Moledo, primer asesor doctrinal de ACDE, grabadas al mes del fallecimiento por Jaime Peña, un socio de Acde:

“Esta muerte inexplicable, humanamente hablando absurda, para la que no hay otra explicación que aquello de la Sagrada Escritura: “Son incomprensibles tus designios Dios mío” (Romanos 11:33). Creo que el país ha perdido uno de sus mejores hombres, quizás uno que de haber vivido y no mucho tiempo más, hubiera sido llamado a grandes destinos y él se hubiera desenvuelto con una originalidad pasmosa y esto hubiera sido un gran escándalo que hubiera hecho ver a muchos ciegos.

Enrique tenía la virtud de la prudencia en su grado más genuino que es la virtud de hacer, no la virtud de no hacer, sino la virtud de hacer lo que en el momento que fuera determinado y exigible hacer.

No lo comprendemos, pero esta muerte es la simiente que ha vuelto al surco para dar de sí una cosa que crecerá, crecerá, florecerá y fructificará.

Pude acompañarlo en sus últimos días. En la mañana del día que murió se sentó en la cama y me dijo: “Padre, sin embargo, mi situación no es la de Cristo todavía, porque, aunque yo no sabía que podía haber dolores así, sin embargo, a mí me rodean los amigos y a Él lo abandonaron. Yo tengo esto en mi favor. Una buena idea Padre, ofrecer este cansancio por todos los que no se cansan de pecar”.

Había entrado ya en el silencio precursor de la muerte y de pronto recupera la voz y dijo: “Señores: En primer lugar disculpen que hable tan imperfectamente porque la enfermedad me ha paralizado la lengua, pero debo decirles que ustedes los trabajadores de Rigolleau, no son meros ejecutantes sino ejecutivos y las grandes dificultades no las producen las cosas, sino que las producen los hombres. Por consiguiente, una buena inteligencia entre los hombres, la buena fe, la comprensión, la rectitud de intención pueden resolver todos los problemas. La fábrica acaba de salir a gatas del problema eléctrico. Si nosotros todos nos unimos podemos trabajar para que todos seamos felices”.

Esto refleja la profunda, auténtica y real personalidad de este hombre que no fue un hombre común, que tuvo todas las características del hombre elegido, del santo, usada esa palabra, no en el modo corriente y habitual con que la usamos para significar una persona buena, sino usada en el sentido en que se puede usar para señalar la presencia de un ser excepcionalmente dotado por la gracia sobrenatural.

¿Cuál fue la lección que él fundamentalmente nos deja? La de haber sido hasta el último instante, el hombre enloquecido por crear un mundo en el que Dios pueda habitar. Me contó que después de veintiséis años su padre volvió a comulgar. Dijo lleno de alegría: “Hoy es el día más feliz de mi vida. Y este pobre cuerpo mío es donde Dios ha librado una batalla por la conquista del alma de mi padre”.

Pienso que esta familia sigue siendo rica, por él, por su memoria y por diez libretitas y otros tantos cuadernos escritos por él. Estos constituyen un legado y una riqueza inapreciable para su mujer y para sus hijos.

Espero lo sea también para nuestros empresarios, porque vale la pena publicar sus pensamientos. El recuerdo de su persona, su memoria y sus hechos, constituye un verdadero tesoro.

Falleció el 27 de agosto de 1962, a los 41 años.

Está sepultado en el Cementerio Recoleta, CABA. 2ª Sección, Bóveda N° 10.