Enrique Shaw tenía la profunda convicción de que su vocación le exigía “tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” y sentía la responsabilidad de ejercer en la Iglesia y en el mundo la misión que como fiel laico a él le correspondía.
Concibió la profesión de dirigente de empresa como un apostolado destinado a resolver las tensiones y problemas creados por las exigencias e intereses de las empresas industriales y las necesidades de los trabajadores. Para Enrique Shaw, era una tarea de vital importancia conciliar esas dos caras de la cuestión social planteada de una manera conflictiva y explosiva durante el siglo XIX.
Por esa razón, en 1952 decidió formar una asociación de empresarios cristianos con el objetivo de promover y convertir a los dirigentes de empresa en instrumentos efectivos de la paz cristiana, y en difusores de la doctrina social de la Iglesia. Con ese fin, reunió un grupo de jóvenes empresarios católicos que comprendieron y ofrecieron su colaboración para hacer realidad su propuesta.